En fin, no me pondré melodramático, y para vencer esa tendencia que a veces aparece cuando me siento ante este blog, rememoraré la semana de vacaciones de la que volví hace unos días.
Durante esa semana vacacional, ¡¡¡Estuvimos navegando a toda vela por los mares del sur de Francia!!!.......... Bueno, no eran mares precisamente y el barco no tenía velas, aunque sí una magnífica bandera pirata que era el terror de las aguas que íbamos surcando y conquistando...
Pues sí, conseguimos asustar a nada más y nada menos que un niño con esa bandera, sobre todo gracias a nuestra actitud piratesca...
Haciendo un repaso cronológico de estos días de navegación por las mansas aguas del canal de Midi, situado en la región sureste de Francia, hay que destacar que los cinco tíos que allí estuvimos empezamos jugando al Tetris. No sé si conseguimos pasar al siguiente nivel, pero conseguimos meter las maletas y buena parte de un Carrefour en el maletero de un todo terreno...
Después de unas rápidas lecciones para maniobrar este tipo de barcos, que no requieren licencia (aunque tampoco pueden pasar de los 8 kms/hora), nos pusimos a navegar. Tras unos primeros momentos de auténtico desconcierto, descontrol, desorientación y otras palabras que empiezan igual, encontramos una referencia para situarnos en el mapa... Sí, fue más o menos tan patético como parece, no sabíamos ni en que dirección del mapa nos estábamos moviendo!
Los paisajes que dejábamos atrás durante los paseos fluviales, aunque monótonos hasta la saciedad, me resultaron al poco tiempo relajantes. Las aguas no desprendían malos olores, aunque eso sí, tenían un color marrón oscuro que no invitaban a otra cosa que no fuera su navegación o contemplación en la distancia. Algunos patos chapoteaban y mendigaban a gritos algo de comer, y hay quien dice que también fueron vistos castores. Por un camino paralelo al canal goteaban incesantemente ciclistas y caminantes durante el día, que seguro serían la envidia de los urbanitas de Barna, dada la reciente moda del bicing. Flanqueando ambos lados del canal, enormes árboles protegían del sol de justicia con que fuimos obsequiados la mayoría de la semana (aunque sus largas ramas también sirvieron para que el capitán de turno del barco perturbara maliciosamente la tranquilidad de los que descansaban en las cubiertas del barco... ). Por último, mencionar también los enormes campos de viñas, que en muchas ocasiones se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Esto, unido a la poca simpatía hacia los turistas, me hizo llegar a la conclusión que los residentes de la zona viven del vino y sucedáneos, y que lo del turismo fluvial debe ser como un pequeño sobresueldo.
Creo que son viajes destinados principalmente a hacerlos en familia, visto lo visto en los barcos con los que nos cruzamos. También puede ser un viaje interesante si tu situación económica es más que desahaogada y te gusta la buena comida y el buen vino, dado que restaurantes y cavas era lo que destacaban en cada pueblo en la guía que llevábamos.
El barco en sí no estaba mal, aunque hay que ir preparado para lo que te vas a encontrar, es decir, un barco no es un apartamento, ya que los espacios son mucho más reducidos, todos los rincones están muy aprovechados, y es imposible huir a ninguna parte durante buena parte del día, la cual la pasas navegando.
Anéctodas varias. Hubieron momentos críticos, concentrados en el mismo pueblo, uno de los pocos que tenía algo de vida, Capestang. La primera vez que entramos en su puerto, al pasar bajo un puente rascamos uno de los alerones de arriba del barco, y arrastró también una de las sillas de plástico que nos dejamos arriba, la cual fue engullida por las turbias aguas del canal. En cambio, la última vez que pasamos por el puerto de ese pueblo fuimos primero tratados como los campeones cuando les hacen el pasillo de honor (sin saber lo que pasaba realmente), hasta que vimos que un simpático francés nos iba siguiendo e increpando desde la orilla, recriminándonos que a esas horas no se podía navegar. Cierto es que eran las 10 de la noche, pero nuestras instrucciones eran que se podía navegar mientras hubiera iluminación natural suficiente, y supongo que apuramos demasiado... El amigo franchute nos acojonó bastante cuando hizo ademán de apuntarse la matrícula del barco, aunque una vez pasado el susto el tema dio para bastante cachondeo. Por cierto, la broma de la rascada nos costó 80 € en total, y suerte que no les dio por contar sillas...
Como no fuimos capaces de encontrar ese barco con cinco mujeres despampanantes haciendo top-less que tanto anhelábamos, para compensarlo exaltamos a las pocas mujeres que nos encontramos en nuestro viaje. La primera, una belleza mestiza y juvenil, en un puebo en lo que lo único que vimos, casi literalmente, fue a la susodicha preciosidad, Poilhes si mal no recuerdo era el nombre del pueblo fantasma. Lástima que sólo fuimos capaces de comunicarnos con ella utilizando el antiguo lenguaje de signos. La segunda, una camarera de la villa de Argeliers, que nos alimentó los estómagos y la vista, y que casi parecía sacada de una revista de Playboy, al menos eso quise interpretar al verle tatuado el famoso conejito. Por último, una interesantísima madurita que regentaba un restaurante encantador a pie de canal, que demostró que el dios Cronos no se distingue precisamente por ser ecuánime con sus fieles.
En resumen y para no alargarme más, unas buenas vacaciones.
1 comentari:
No sé por qué pero me imaginaba la barca esta más grande... El paisaje parece precioso, pero el agua... puajjjjjjjjj Para que luego digan de nuestro Llobregat!!! (Vale, no me paso más!). Si el agua hubiera estado limpia seguro que os habríais tirado a ella, así que igual está hecho a posta para no tener que ir rescatando a turistas...
Y en cuanto a lo del barco con las cinco tías en top-less... vamos hombre!!!!
Publica un comentari a l'entrada